Sobre
Lo uno / lo otro, de Natalí Aranda
Andrades
Por
Rodrigo Arroyo
¿Cómo no
divertirse cuando la poesía, de pronto, se ha vuelto un juego? pregunta María
Negroni en su libro Ciudad Gótica. Planteo
que podríamos seguir a través de múltiples ramificaciones, al punto de llegar a
recordar el desprecio que Adorno sentía por la cháchara, por lo banal.
Cuanto más fácil les resulta a los hombres entrar en
contacto, tanto más incapaces son para relacionarse con los demás, esto es,
tanto se conforman con la fachada cósica y se muestran incapaces de amar señaló el filósofo, dejando en evidencia nuestra
dificultad para entregarnos a lo desconocido, a lo que tal vez nos resulte inteligible,
cómodamente establecidos al interior de nuestros propios límites y
posibilidades. No escapando la poesía a semejante realidad. Por un lado,
abandonando el pensamiento crítico y la reflexión, y por otro, entregada a la
vacua y arrogante reflexión sobre sí misma. La escritura que desemboca en sí misma / no
es sino una manifestación del desprecio escribió en El libro de
las preguntas Edmond Jabès, desarticulando aquella poesía articulada en
base a procedimientos sin ningún sustrato. Que no puede comprender los límites
entre espectáculo, parodia y complicidad. En este sentido podríamos
decir que el pensamiento relampaguea en aquellas escrituras que surgen como
consecuencia de una búsqueda de libertad. Y se despliega sobre ellas del modo
en que lo hace el trueno. Prolongándose,
en este caso, a través de las
dos secciones que componen este libro, que en cierto modo nos presenta el
recorrido del lenguaje entre las hebras de un tejido que se extiende, entre un
mundo interno y otro externo. En una trama que, de un momento a otro va
tensándose, tornándose estrecha. Lo que, como coincidencia, podemos percibir en
la escritura. Así, los versos contenidos, y de ningún modo ligados a la mudez,
constituyen la tensión, por cierto indescifrable, donde los poemas resuelven no
presentar alguien reconocible en el papel del otro, que aparece bajo distintos
géneros y condiciones, procedimiento que se reitera, por ejemplo, en la primera
persona que habita esta escritura. Y es que, más allá de no poseer
características o rasgos identitarios, es un yo que, en palabras de la autora “se
va yendo”. Donde además, y sin caer en lo empalagoso de las formas, este libro
establece relaciones que dejan ver una pregunta por el amor; digamos, más allá
del entendido que el comercio y el capitalismo han establecido, y que se limita
a un eros enfermizo y dependiente.
Ahora bien,
arriesgándonos en una lectura más profunda pero sin ánimos de caer en
definiciones o encasillamientos, quizá podamos percibir
a esta escritura como cercana al surrealismo, desde el momento en que rompe con
la representación del mundo; a través de procedimientos tales como: el uso de
la subjetividad o exploración del mundo interno, la imaginación y la fantasía
onírica. Recursos que, si bien podemos encontrar en cualquier
poema, aquí constituyen una evidencia. Ahora bien, al revisar detenidamente
esta supuesta cercanía con el surrealismo, surge en la escritura una
pregunta por el espacio del poema, que ha de generar un nexo con la patafísica.
Y es que, al igual que en los poemas de este libro, la patafísica no quiere
cambiar el mundo, busca seguir indagando más allá, a extramuros de la
metafísica, una pregunta bajo la luz /
una luz / que se pregunta, indica Natalí, tomando distancia de una aspiración
que detentaba el surrealismo.
Para ser más preciso: no todas las partes del discurso son
igualmente accesibles e inteligibles; algunas están claramente protegidas
mientras que otras aparecen casi abiertas a todos los vientos y se ponen sin
restricción previa a disposición de cualquier sujeto que hable
Señala Michel
Foucault en El orden del discurso,
haciendo alusión a los procedimientos que permiten cierto control de los
discursos, y restringen el acceso a ellos, haciendo alarde de un
afán de posicionamiento que Natalí sortea al evitar puntos de partida y
definiciones, tanto excluyentes o incluyentes. Ahora bien, por otro lado no podemos olvidar, en lo que
refiere al acceso, los versos que nos
entrega Natalí, he
tratado de adaptarme a
la imagen / de este cuerpo / que no es mío; que señalan la imposibilidad de la entrega y recepción en un único
acto. Como tampoco podemos olvidar el poema Schibboleth
de Paul Celan, o la pregunta de si reside el poema en su
presencia formal, o en la posibilidad que proyecta desde el lenguaje.
Pero hoy he vuelto / gota / a / gota. / Sin culpa / a
escucharla leemos al
interior de Lo uno / lo otro, comprendiendo
que es el tiempo el que nos aleja de lo que podríamos percibir, incluso más
allá del lenguaje que tenemos. Tomando
distancia de Antonin Artaud, que ya en Las
cartas sobre el lenguaje, insertas al interior del Teatro y su doble, cuestionaba los límites de nuestro lenguaje,
principalmente en relación a los múltiples lenguajes presentes en el lenguaje
teatral. Recordemos que él mismo, y consecuencia de innumerables y violentas
sesiones de electroshock, utilizaba un lenguaje donde el sonido prima por sobre
el sentido de las palabras. sin embargo Natalí persiste, y continúa
utilizándolo, no entregada a él, sino excavando en sus fisuras, convencida que dicho espacio no es un lugar
destinado sólo para la representación. La cual, al modo de los suprematistas, Rodchenko
o Malevitch, desarticula del modo más convencional posible. Si los rusos usaron
la pintura sobre tela, Natalí utiliza la tradición del verso libre. Finalmente, podríamos decir que en
este libro el poema se constituye como un espacio. El cual se presenta, al
igual que la patafísica, más allá de la metafísica. Un lugar que, sin convertirse
en un centro de acopio, se asemeja a una constelación donde la única certeza
posible es la palabra que ha de mantener nuestra distancia.
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