Presentación del
poemario DÓNDE IREMOS ESTA NOCHE, de Cristián Cruz
Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2015
Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2015
Por Juan Cameron
Mientras
me consideraba un lector de poesía solamente, un sujeto silencioso frente al
texto, y me iba construyendo un mundo lírico particular, jamás intenté siquiera
preguntarme sobre qué cosa quiso decir el poeta o qué dice el poema o cómo éste
lo dice. Simplemente lo disfrutaba o lo dejaba pasar sin tomar nota del por qué
el texto me agradaba e insistía en repetirlo en la memoria. Fue cuando hube de
dar cuenta a los demás de mis lecturas, ya sea por necesidad de conversación o
por el ejercicio crítico, que debí enfrentar esta tarea; la de establecer el
qué se lee cuando se lee —parafraseando al Gonzalo Rojas— o el cómo enfrentar
el poema.
Se
trataba, entendí mucho después, de dos cuestiones diferentes. La primera
correspondía a la hermenéutica, a la interpretación apuntada a la actividad del
poeta; al qué quiso decir. La segunda, en cambio, y que se fue convirtiendo en
la actividad principal —ora por la lectura ora por el estructuralismo que tan
fuerte incidió en mi promoción— es de orden absolutamente estético; el qué dice
el poema, o más bien, cómo este es dicho.
Y
aunque todo ello no lo comprendía bien, lo reordené hace muy pocos días,
gracias a mi lectura del poeta y académico Walter Hoefler[1],
atribuyéndome la autoridad para juzgar, gracias a mi experiencia lectiva,
sobre las cualidades de la obra; puesto que establecer el canon o lo que es
políticamente correcto no me interesa en lo absoluto. Y con ese criterio me
enfrento a la tarea de presentar este poemario Dónde iremos esta noche,
de mi colega y amigo Cristian Cruz, cuya acentuación en la primera sílaba nos
indica al mismo tiempo una consulta y una exclamación.
Hay
tres claves fácilmente discernibles en esta obra para dar cuenta, a ustedes, de
ellas. La primera es la identificación del pasado con la luminosidad, con lo
claramente visible. La segunda —elemento esencial en la poesía— es el
establecer que el poema capta la imagen artística desde o como un reflejo de la
realidad; no es una fotografía de ésta, sino de su reflejo o proyección. La
tercera es la noche misma, territorio del fracaso o de un presente oscuro pero
determinable, ni caótico ni dramático, cuya íntima realización u ocupación nos
entrega la génesis del poema. Estos elementos concurren coludidos en el texto y
no será de fácil observancia ubicarlos aislados o puros. Y muchas veces
parecerá que el piso, mosaico negros y blancos, se oponen del todo; pero en
esta oposición transcurren nuestros días.
Así
en el primer trabajo de estos veintiocho, separados en los tres acápites del
libro, Una bella noche para bailar rock, la colusión de señales de
vida y señales de muerte, de pasado y presente, de recogimiento y continuidad
logra conformar el lema final —y no por ello cargado de cierta mordaz ironía—
de una familia unida, una familia feliz, en torno a la muerte del progenitor.
Abusando
una vez más de mis lecturas recientes recurro al texto del antropólogo Miguel
Alvarado Borgoño, de la Universidad Goethe de Frankfurt am Main[2] indico
que esta americana fantasía —tan útil en la construcción del poema— nace en
nuestro pensamiento por herencia cultural judeo morisca y sefardita, y no por
obra de lo mágico esotérico ni religioso; ni siquiera simbólico, señalado por
el discurso europeo y el equívoco romántico que nos sitúa en una línea greco
romana o algo así.
Hecha
la aclaración descubro estos elementos fantásticos, espejeados en el cerebro
del autor, como pequeños fragmentos para reinventarse el mundo. Puede a veces
tratarse los restos y también de los escombros de ese pasado luminoso, y a
veces de su repentina iluminación. “recordé los pequeñísimos seres que se
revelaban en el lente cuando dictaba clases en San Roque Ruralcity,/ recordé un
par de mujeres, un bolso lleno de ropa interior (...) musiquilla,
nada más que musiquilla”/San Roque Ruralcity). El poeta vuelve al pasado a
través de un instrumento cuya función es aumentar la imagen. Las imágenes son
registros, puntos o hitos en el texto. Descubierto el poema, el poeta sólo las
ensambla. El álbum viejo, de cuyas páginas su hijo mayor le regala algunas
fotos, es la prueba de la felicidad, lo dice, pues le trae a
colación “esos mariscos frente a la playa con nuestras familias”(Prueba). Esta
prueba habrá de reiterarse más adelante cuando se dirige “al centro de la
ciudad a revelar unas fotos/ en que estoy con mis hijos en la montaña” (No
había reparado en eso); o al ayudar a una anciana tía “del baño a la mesa
del desayuno, y de ahí al jardín para tomar sol” (Relaciones).
Siempre
la luz se hará presente en lo pasado. Ya sea el televisor “encendido, cuatro
hijos en los costados de una mesa” o frente a “fachadas llenas de
lucecitas que prenden y apagan” o “el corazón apretado/ como una baliza
o un faro en los roqueríos/ esperando un nuevo naufragio” y “con
una foto de Dickens en el corazón”(Parafraseando a Dickens en la Navidad
Moderna). O más tarde “Pero si fijo la mirada vuelvo a las nubes y trozos
celestes” (De cómo miro por la ventana).
Entonces
en la mecánica de la construcción del texto —sin mencionar aún el territorio
del fracaso— el poeta permanece en un presente oscuro, que es la noche,
iluminado por la memoria de la que extraerá esos fragmentos de reconstrucción.
“Me acerqué a la ventana a mirar el paisaje” (De cómo miro por la
ventana), verso en el que la ventana es la imagen iluminada por el recuerdo,
enfocada sobre el paisaje que es el pasado. O, siguiendo un solo esquema de
pensamiento, el paisaje es la fuente de la luz que ilumina la imaginación del
poeta. “Y lo que había allá afuera (fuera de él, puesto que el
paisaje ya no existe), toma el reflejo de la lámpara que estaba tras de
ti”.
Y
en este texto, que curiosamente es el verso final del poemario, nace la
afirmación sostenida en estas líneas. Véase: “Lo distinto es que no hay que
traspasar el cristal/ y lo de adentro y lo de afuera se hacen uno para que el
poema sea”. En otros términos, el pasado traído al presente, hacia el
territorio del fracaso, es en definitiva el triunfo, es la realización del
texto. Sin estos elementos no habría —de acuerdo a lo explicitado por Cruz— ni
poesía ni poeta.
Rebobinemos
un poco. En el poema A la manera de Esenin, nos dice parafraseando al gran
poeta ruso “el amor entre los seres no es nada nuevo,/ y el fracaso, por
supuesto, tampoco lo es”. No es gratuito tampoco citar a Esenin quien
alguna vez sostuvo “y en algún lugar viven mi padre y mi madre/ a quienes
todos mis versos no les importan un comino (...) ¡Pobres,
pobres campesinos! (...) ¡Oh si pudieran entender/ que su
hijo/ es el mejor poeta de Rusia!”. Y acá aparecen dos puntos, al menos. El
fracaso por un lado es el quiebre, el fraccionamiento del proyecto vital,
impuesto por otros, se entiende. La palabra es onomatopéyica, del
friccionamiento se produce el fonema k, que quiebra y corta. Pero deja el
“caso”, la parte. Y ello le permite al individuo triunfar como tal, observar el
camino hacia adelante. Por eso se pregunta Dónde iremos esta noche; o más bien
qué haremos con esta noche; título donde el iremos representa el futuro, sin
patetismo, decidido, y la noche, como decíamos, es el presente. El poeta no
requiere de tanta luz, la luz lo expone o lo vela, lo destruye. La noche, al
menos, en su enfoque pequeño y breve, “puede juntar a dos almas derrotadas/
desde una cabina bajo la lluvia” (¿Cómo te podría decir?).
Estas
afirmaciones se establecen también a partir del poema La trama, para mí, su
arte poética. “El poema es la trama” nos dicta, “es la avioneta que
deja entrar su ruido por la ventana/ y pensamos en el piloto que mira nuestra
casa”. No es entonces la realidad, sino la imagen de la realidad la que
percibimos; es la mirada desde arriba. Pero no se crea, en el caso de Cruz,
cuyo apellido tiene forma de nave aérea, que estamos ante la mirada solemne y
seria de un Altazor huidobriano. Yo lo veo tan claro y vibrante como el poema
de la mexicana Leticia Herrera escrito para su hija [3] : “y cuando tenga
dinero/ me compraré un avioncito/ descubierto para volar// el viento agitará mi
bufanda/ y desde el cielo/ te diré adiós todas las tardes// para que me
reconozcas/ yo soy la de la bufanda roja”. La imagen en Cruz parte desde “la
sombra de la avioneta o bien la sombra del poema” y aquí se trata de su
declaración explícita; “interpretamos el sonido del poema/ que entraba por
la ventana”. Ya ven, el poema no es el retrato de la realidad, sino el de
su reflejo. Un poco “como los espejos se reflejan a sí mismas/ las
orgullosas impenitentes ciudades (De cómo avanzan los asteroides)
refiriéndose a las vacuas construcciones de los individuos o a ciertos
individuos con precisión.
Reafirmo
lo dicho en mi lectura del antropólogo Alvarado. Las imágenes en Cruz, en este
libro, nacen de la memoria, por el simple hecho de ser poeta, un verdadero
poeta, que ocupa el supuesto fracaso como cimiento para construir una obra
fuerte, intensa y estéticamente impecable.
Muchas gracias.
Muchas gracias.
Notas
[1]
“Los criterios que prevalecen son, diríamos en cierto orden de
emergencia:/1.- El criterio de autoridad, de quien se atribuye una
representatividad técnica y práctica, como la tuvo Horacio en su momento. 2.-
El criterio de consideración canónica o de obras calificadas como clásicas
(Bloom, 1997). 3.- El criterio de experiencia lectiva, es decir, un buen,
intenso y exhaustivo lector que discierne en función de esa experiencia, como
de alguna manera lo sostenía Rilke en su carta a un joven poeta. 4.- El
criterio de cualidades intrínsecas o inmanentes de la obra, aunque esto también
es estimado desde la exterioridad institucional, entendiendo que la obra
presenta una coherencia entre sus aspectos o códigos formales, significantes, y
los códigos discursivos o del significado, que hubiera una tensión crítica,
dramática y original, sea a nivel de una propuesta genérica o tipológica del
texto, sea a nivel de una experiencia o vivencia, manteniendo así la
familiaridad técnica entre la visión estilística, psicologista y la perspectiva
estructuralista, más atenida a la propiedades del texto y del lenguaje. 5.- Por
último, en estos tiempos de lo políticamente correcto, nos regimos
imperceptiblemente por el criterio del consenso comunicativo, es decir de un
diálogo permanente y consultivo, integrador, de la opinión individual del
lector, del lector especializado, los propios poetas, críticos o
investigadores, de los editores a través de estudios consagrados, selecciones y
jerarquizaciones antológicas, incorporaciones a colecciones destacadas o los
premios...” etc., etc. En Walter Hoefler: Tierras de duro
reino/ Lectura de la poesía de la Región de Coquimbo/ 1990-2014, págs. 12 y
13, Editorial Universidad de La Serena, 2014.
[2] Lo
fantástico como apelación de lo real (Borrador final), Miguel Alvarado
Borgoño, Universidad Goethe de Frankfurt del Meno, 2015.
[3]
Véase Deseo, en Desde el nido y otros poemas, Leticia
Herrena, Ediciones Caletita, Monterrey, México, 2013
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