Por Silvia Rodríguez
Quiero abrir mi ponencia diciendo que la biografía de un escritor no necesariamente
se tiene que condecir con su obra, sin embargo en Chile a juicio del
investigador literario Naín Nómez esta premisa no está presente en el poeta Pablo
de Rokha y sin temor a emitir un juicio errado, puedo afirmar que Adriana
Bórquez Adriazola también fue consecuente en pensamiento, palabra, escritura y
acción, por lo tanto, su vida y obra forman parte de un todo.
Por lo tanto antes de presentar la novela testimonial “La casa de al
lado”, es necesario conocer a su autora, mujer incansable, rebelde, luchadora,
apasionada, idónea, testaruda. Mujer con múltiples pasiones como leer, bordar,
pintar grandes mándalas con lápices acuarelables para dar degradación y crear
nuevas tonalidades de colores. Gustaba guardar la ropa de cama y otras telas en
un baúl grande y resistente como lo fue su vida, baúl que hacía evocar el
camino transitado por antiguas y lejanas estaciones. Solía planchar todo, pero
absolutamente todo, confeccionaba sus propias sábanas y cojines en una máquina
de coser con manivela, prendas que después bordaba con punto cruz, cadeneta, de
nudo y otros tantos más. Además, construyó un chalet, con sus respectivas divisiones
interiores: living, dormitorio, cocina, baño, en el exterior un pequeño jardín
y entrada de auto, los materiales que usó fueron palos de helado y cartulina.
Las habitaciones de su hogar reflejaban armonía y equilibrio, entrar en
cada una de ellas, era visitar un planeta minimalista o ingresar a una gran
casa de muñecas, y es que Adriana, en forma consciente e intencionada, quiso
vivir en un mundo revestido de madera, rodeada de libros y de un jardín,
testigo de sus ensoñaciones y desvelos.
La cotidianidad que llevaba en su casa de madera, de madera cálida y
amable, era en silencio, a veces, aquel silencio era risueño y luminoso como su
actitud ante la vida, en otras ocasiones, los viejos dolores regresaban para
sumarse a los nuevos que iba adquiriendo su cuerpo y también su memoria ante el
recuerdo por el flagelo vivido y por el curso que tomó la realidad nacional,
una vez regresada del exilio. A pesar de todo, nunca dejó de confiar en el ser humano, su optimismo y capacidad
resolutiva eran el resultado de una firme personalidad que no soportaba doble
matices, para ella no existía el gris, ni las posiciones tibias, además se
caracterizaba por ser poseedora de un refinado humor negro, directo y preciso,
que traspasó y heredó a sus hijas.
Adriana, fue una amante del mar, tanto así que cada cierto tiempo requería
en forma urgente de aquella soledad contemplativa, buscaba estar sola dentro de
su propia soledad y armaba viaje con una energía sorprendente que a los 72 años
la llevó a viajar nuevamente SOLA hasta Puerto Edén para estudiar la cultura de
los habitantes de la Patagonia Chilena, investigación que dejó plasmada en el
libro Kawéskar, Ser pensante de piel y hueso.
Como persona, fue un espíritu libre e inquieto, una madre más,
preocupada en extremo de su familia, otra luchadora incansable por esclarecer la
verdad y llevar a los culpables, de la justicia a la cárcel.
Como escritora, su vida literaria comenzó a los 12 años con la
publicación del texto en prosa Mi calle al atardecer, en la revista Eva,
durante la adolescencia continuó desarrollando su talento, con sucesivas
publicaciones en el diario La Prensa de Osorno, por lo que la necesidad de
escribir no surgió tan solo como una forma de entregar su testimonio ante las
atrocidades que la dictadura militar cometió con ella y otras personas, cuyo
único delirio, fue la búsqueda de un país libre.
La palabra, antes que Adriana fuera detenida, ya se había posesionado de
su espíritu inquieto y romántico, por ello su estilo narrativo es poseedor de
armónicas imágenes poéticas que se van sucediendo con velocidad y ritmo a la
hora de describir lugares, situaciones y emociones como las contenidas en su
última novela testimonial para dar cuenta del tiempo que estuvo en el centro de
detención y tortura “La Discotéque o La venda sexy” después de haber permanecido
en Colonia dignidad.
Esta vez para hablar, su cerebro se vio en la necesidad de buscar otra
piel para escribir, requería distancia con el fin de ser lo más objetiva
posible, fue así como, luego de buscar por mucho tiempo otra voz lírica, optó
por un hablante estático que fuera testigo de todos los movimientos ocurridos
en “La casa de al lado”. A pesar de encontrar la distancia necesaria, se la
puede reconocer por su fluidez narrativa, empatía y por no desmenuzar con detalladas
descripciones cada tortura a la que fue sometida con el fin de no re
victimizarse, porque hacerlo, implicaba enlodar la causa.
Serán varias las ocasiones en las que el narrador dejará traslucir diferentes
notas de su personalidad, por ejemplo, en uno de los diálogos directos
sostenidos con Bill, quien era consciente y testigo que ella aún estaba
reponiéndose de las palizas, rehusó huir para no inculparla y para que no la
golpearan de nuevo, diciendo:
—¿Qué más da chiquita? Nuestro destino está
trazado.
—¡No, Bill! No hay destino. Somos nosotros los que
vamos haciendo el camino. Tú debías irte; ya estarías cobijado en la seguridad
de la iglesia…
—O pudriéndome en un botadero de escombros, comido
por los perros con un par de tiros en la espalda.
—Cierto. Podía ser una de las posibilidades… pero,
aún existía la otra.
Queda manifiesto el fino humor negro de la narradora.
En general, nos encontramos ante un testimonio que habla sin entrar en
detalles de los golpes recibidos, las descargas eléctricas, violaciones en
conjunto, la desorientación, el hambre, el encierro, como también de la
permanente amenaza de Volodia, el perro amaestrado por Ingrid Felicitas
Olderock, para violar a personas detenidas en La venda Sexy y cuyos testimonios
fueron recogidos por la periodista y diplomada en historia Nancy Guzmán en el
libro “la mujer de los perros” publicado en septiembre de 2014.
Quienes soportaron torturas y tantas vejaciones no tenían tiempo para
soñar porque el dolor siempre ha sido un tirano que sujeta firme los cuerpos a
la realidad, por lo tanto el sueño no logra convertirse ni tener piel y se
esfuma apenas concebido, porque el dolor, junto al tic tac de un reloj
invisible, va clavando su aguijón, sobre los nervios del cuerpo y bajo los
tendones de la memoria.
En la casa de al lado, a pesar de tantas vejaciones infringidas, de la
soledad y el más profundo desamparo, queda latente a través de los personajes
de La Chica y Bill, la sensibilidad humana, el sentido de fraternidad y la
empatía que surge entre las personas que han sido vejadas en su integridad
física y emocional.
El coraje que poseía Adriana, la llevó a defender sus ideales en forma
digna al luchar contra la tiranía y la impunidad. Lucha que solo pudo detener
el tiempo que lentamente se fue decantando cada vez más en su cuerpo hasta
convertirla en este recuerdo vivo.
Finalmente quiero terminar con la reflexión que Adriana entrega sobre la
tortura:
“Aún habiendo pasado todo esto, habiendo enfrentado el horror, la
crueldad, el sadismo, esta perversión humana, yo, de todas maneras, creo
en el ser humano y no quiero que vuelva a pasar. Va a pasar muchas veces,
aquí y en muchas partes, está pasando ahora, pero si esto puede mover en algo
la conciencia de alguien, de aquí a 100, 400, 1000 años, bien, no importa la
pesadilla.”
Qué buena reseña, nos hace sentir todo lo ganado a fuerza de sufrir, la lucidez y la alegría de vivir y de amar la humanidad a pesar de los golpes. Que su vida sea su obra es el privilegio de las que observaron, límpidas, los sentimientos sinceros y los pensamientos profundos y honestos.
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